El momento ha llegado. Ese
momento que ha ido aplazándose por el verano y por ese gran lunes llamado
Septiembre. El momento de volvernos a reunir en la barra de este bar. Si el
firmante habla con un poco de escasez creativa ruego discúlpenme, resulta que me
encuentro como el pirata de la canción de Sabina, así que más les vale no
cebarse conmigo. Cojo, pero sin parche en el ojo, y con calmantes hasta las
cejas. Un mal paso lo tiene cualquiera pero el mío fue peor y se rompió no sé
qué hueso del pie y duele “qué demasiao”.
Vamos pidiendo ya el primer Martini, ¿no o qué? No creo que este sea lugar para hablar de lo mal que está el patio ni creo que sea momento de contar frivolidades veraniegas ni colgar fotos vía Instagram de lo pretencioso que haya sido el verano o inicio de otoño de cada uno (Instagram es pretencioso, solo se sube lo bien que uno come, lo bien que uno está… y dar envidia es mal, muy mal, pero lo peor es intentar darla y generar ridículo, es cutre a más no poder). De hecho hablando de esto voy a entrar en un tema que me ha llamado mucho y mal la atención. Yo me considero un “foodie”. Odio usar expresiones raras pero es que en español no existe término para definir esto. No soy un tragón ni un comilón, ni por supuesto un gourmet estirado con bigote encerado. Pero me gusta comer bien bebiendo bien, interesarme por la comida, hablar de comida y leer sobre comida (no dejen de visitar Quién te cocina). ¿Puede sonar snob? Puede, pero no lo es.
Ahora voy al problema. Fuego
a discreción.
Hace unos años los hombres querían ser Induráin, Ángel Nieto,
Seve Ballesteros, Federer, no sé, ya me entendéis. Ahora esos mismos sujetos
quieren ser Ferrán Adriá. Ahora el común de los mortales quiere saber
esterificar texturas, sublimar esencias y tener la cocina repleta de
cachivaches (adoro este palabro) y de sopletes con más peligro que McGyver en
una ferretería. Ferrán Adriá tiene pleno derecho de ser Ferrán Adriá... pero usted no amigo, lo siento. Pero maldita sea, ¿qué es esto? ¿Democratizar ese mal llamado snobismo
de la comida, algo que era tan poco popular como la cocina, tan íntimo que era
para unos pocos chalados aficionados? ¿Convertirnos todos en gourmets de medio
pelo? Joder, menudo futuro tienen las mujeres de este planeta con nosotros…
Ahora cualquiera entra en la maldita Boutique del Gourmet y se marca un triple
hablando de putas aguas procedentes de no sé qué manantial perdido de
Escandinavia, del puto café procedente de Costa Rica elaborado con caca de
murciélago, comprando delicatesen en packagings elegantísimos… ¿El problema?
Que esa Boutique se ha convertido en Mercadona. Mercadona en Lidl. Y Lidl en eldesembarco de Normandía o Apocalypto. La culpa de esto, entre otras cosas,
Instagram y sus secuaces. Cuidado. No digáis que no os avisé.
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