Tras mucho tiempo sin acercarme por esta barra de nuestro querido bar he decidido volver para contaros una pequeña historia basada en hechos reales.
Hace aproximadamente 20 años que,
con apenas 6 o 7 años, curioseando entre la estantería de las películas de la
casa de una tía mía encontré un estuche de cartón, con tres películas VHS dentro,
con nombres francamente extraños para un niño de esa edad y con un tipo con una
máscara vestido de negro como foto principal
del estuche. Nombres como “Una
Nueva Esperanza”, “El Imperio Contraataca” y “El Retorno del Jedi” se me
antojaban confusos y desconocidos, palabras raras, por lo que le pedí a aquella
tía mía que si me las dejaba ver, a lo cual sonrió y me dijo que sí.
Así que introduje “Episodio IV:
Una Nueva Esperanza” en el antiguo reproductor VHS (había que rebobinar
primero, casi nadie se acordaba de dejar las pelis rebobinadas tras verlas…),
ya que según ella era la primera que debía ver… Aquello empezó de la manera más
rara que había visto o veré empezar una película… ¡Episodio IV! ¿Qué tipo de
saga empezaba por la cuarta parte? ¿En qué estarían pensando? En menudo lío me
había metido. Tras ese momento de confusión todo cambió. Empecé a verlas y fue
el principio de una historia que dura hasta día de hoy para mí. No fueron las
primeras películas que vi lógicamente, pero han sido las películas que más
veces he visto en mi vida, y, sobre todo, las que más me han llenado. Han
llenado ratos de humor, tensión, alegría, discusiones con amigos… que es
precisamente lo que uno busca en una película, no pasar un rato sin más, si no
que le transmita algo, que algo despierte. No estoy aquí para juzgar unas
películas ya que no puedo, carezco de la objetividad necesaria en este caso y
no me importa lo más mínimo, pero cuando se estrenaron estas películas había
nacido una leyenda y ya nada volvería a ser lo mismo en el mágico mundo del
cine.
Mi historia personal con Star
Wars es la historia de mi cine, ya que a partir de esos westerns ambientados en
aquella galaxia muy, muy lejana, repleta de personajes carismáticos, sembraron
en mí la curiosidad por el cine, por el Cine con mayúsculas, por el séptimo
arte que tantas alegrías y buenos momentos me han hecho pasar hasta el día de
hoy con todo tipo de obras maestras, mucho mejores que esta saga sin duda, pero
muy lejos todas ellas de ser tan especial y querida como Star Wars lo es para mí.
20 años han pasado ya desde la
primera vez que vi esas tres películas. Años en los que desesperados pedíamos
la ayuda a Obi-Wan, que era nuestra única esperanza. Han sido unos años en los
que cada vez que se habría o cerraba la puerta del garaje, no se cerraba una
puerta cualquiera, sino que se cerraban o abrían las puertas romboides de la
Estrella de la Muerte. Han sido unos años insistiendo en que aquellos no eran
los droides que buscaban los soldados imperiales. Años asintiendo a cada frase
que decía Chewabacca que, sin entender ni uno de sus rugidos, todos sabíamos
que tenía razón y no había más que hablar si no querías recibir una torta del
felpudo con patas. Años sabiendo si el pequeño cabezudo de R2 estaba mosqueado en
función de los pitidos que emitía. Años sabiendo que Han Solo disparó primero
en la cantina, y por debajo de la mesa además, porque era un fuera de la ley,
pero era un gran tipo, todo un amigo en tiempos difíciles. Años encontrando
molestas ciertas faltas de fe. Años haciendo la broma mala de usar la Fuerza
para abrir las puertas automáticas. Años con los pelos de punta cada vez que se
escucha esa obra maestra que es la Marcha Imperial del gran John Williams. Años
sabiendo que Leia acabaría con Han a pesar de los celos de este con respecto a
Luke. Años soñando pasear en moto por los bosques de la luna de Endor. Años
ocultándonos del Imperio en el planeta helado de Hoth. Años deseando ver el
ocaso de aquellos soles binarios en las dunas de Tatooine. Años teniendo
simpatía por el gran Lando Carlrissian, un jugador de cartas, un sinvergüenza, un
canalla, que, según Han, nos caería bien. Años queriendo pasar una fiesta en el
palacio de Jabba, porque aquel Hutt mórbido sabía cómo pasárselo bien. Años
sabiendo que si le llevabas la contraria a Vader te asfixiaría hasta la muerte
sin necesidad de tocarte. Años tratando de hacer caso a Yoda, ya que las cosas
o se hacen o no se hacen, pero no se intentan. Años pilotando el montón de
chatarra más rápido de toda la galaxia, el Halcón Milenario. Años tratando de
explicar que no era culpa de Han Solo que la nave no saltara al hiperespacio.
Años deseando callar al sabiondo del lingote dorado de C-3PO, porque sabíamos
mejor que él que las posibilidades de navegar en un campo de asteroides y
sobrevivir eran de 3720 frente a 1. Años sopesando sobre el color de nuestro
sable láser imaginario… ¿azul?, ¿verde?, ¿rojo? Años viendo una de las
declaraciones de amor más épicas y con más estilo de la historia del cine, Han
con Leia antes de ser congelado en carbonita. Años en los que repetíamos junto
con el almirante Ackbar aquello de “¡Es una trampa!”. Años sabiendo que el
miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio al sufrimiento y el
sufrimiento al lado oscuro, y, en cierto modo, ¿acaso no tenía razón Yoda
después de todo?
Pues tras 20 años disfrutando de
todo esto llega el momento que todos los seguidores de esta alocada space opera llevamos esperando. Sé que
esta noche voy a disfrutar exactamente igual que como he disfrutado durante
estos años, como un chaval viéndose como un cowboy en el espacio, pura magia y
aventura, porque “Episodio VII: El Despertar de la Fuerza” es precisamente eso,
el despertar de algo que, en mi caso, lleva conmigo 20 años y nunca se fue. Y
es que, como nos recordaba el viejo Kenobi, la Fuerza nos acompañará, siempre.
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