Habéis leído bien. La bebida más amariconada de este mundo empieza a palpar su triste y justo final. Justo cuando os empezaba a gustar aquello a lo que muchos llamabais hace un tiempo colonia injustamente, es decir, la ginebra. Justo cuando, guiados por las malditas modas de este mundo y más concretamente de Madrid, habíais hecho el esfuerzo de aprenderos de memoria unas cuantas marquitas de ginebra la mar de sofisticadas para soltar de manera pedante a la mínima de cambio en una conversación. Justo cuando habíais encontrado la combinación más asquerosa de pétalos de a saber qué flor o ramas de a saber qué hierba. Justo cuando guiados por el snobismo más barato e insulso creías que era “bien” pedir tónica Fever Tree y decíais captar el sabor de la flor de loto en la ginebra. Va y se acaba. Qué pena. Miento. Ya era hora por Dios. El gay tonic, mejor que gin tonic, nos ha convertido en unos plastas, y en esta vida no hay cosa peor que ser un plasta, así de claro.
Cuando a todo el mundo le da
por pedir lo mismo, cuando hasta el último de los meapilas de turno se cree
destilador de ginebra en la India o en el patio de su casa. Cuando el maldito
pepino y los pétalos de rosa roban protagonismo a aquella transparencia tan
sutilmente elegante del old gin tonic. Cuando ves carteles en garitos del
estilo “Los jueves nuestro experto en gin tonics preparará…”. Cuando ya la cosa
se llama Tea Tonic y hay tropezones de dudoso origen flotando en el vaso.
Cuando el pelmazo de turno solo puede tomar su gay tonic en “copa de balón” y si no es así ya se toma su copa con cara de estreñido.
Cuando sucede todo esto se tiene que acabar, hay que cortar de raíz porque lo
siguiente es que se acabe la humanidad. Y se está acabando. El gay tonic digo, la humanidad aun no se acaba, creo.
¿Y ahora qué? Pues qué va a
ser. Pues whisky. Y os voy a decir porque mola más y porque gana por goleada.
Todos aquellos que osáis
decir que sabéis tanto de gay tonics, a ver. ¿Cuánto se tarda en elaborar una
ginebra de las vuestras? De esas con nombres tan sutiles como “G’ Vine Nouaison Gin” o “Fifty Pounds”
o los muertos del faraón bendito destilados, me da igual. Os lo digo yo. Muy pocos días.
Por su lado, un whisky mediocre… diez años. Es ese tiempo el que le da a la
bebida su carácter, sus matices, esos secretos que solo el tiempo guarda. Cosas que el gin tonic no tiene ni por asomo.
El
gay tonic le gusta a todo el mundo ahora, es demasiado fácil, todo el mundo
puede probarlo y se creen con criterio para sentar cátedra. El whisky no. El whisky por su parte aleja a niñatos, a
modernos, a gente que come sushi, a runners y a hipsters. Por tanto, es bebida
de hombres de bien.
Es
una bebida que requiere su momento, su tiempo, que transmite sensaciones a cada
segundo que pasa, es un estado de ánimo, es seria, adulta. El whisky aporta una
forma de ser. El gay tonic no. El gay tonic te convierte en un pelmazo de un
gran calibre.
La
última razón es sin duda la definitiva. Lo beben James Bond y Don Draper. Hombres de bien. Punto
y final.
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